miércoles, 25 de noviembre de 2009

La Leyenda

Tres niños juegan en un parque, ríen, se divierten, bajo la atenta mirada de sus padres. Una mujer de color, joven y guapa, esta de rodillas, detrás de un hombre corpulento, a diferencia de ella, él es de piel blanca. Los dos sentados en una manta observan el juego de los niños. Un día soleado, apacible, es un buen día de camping para estar en familia.


Hace frío, la oscuridad de la noche la protege, salta de un edificio a otro, esta cerca de su presa, lo siente, lo huele.


El mayor de los niños es mulato, corre detrás de sus dos hermanos pequeños, un niño y una niña, ambos de piel blanca. El césped esta verde y no dudan en tirarse al suelo mientras siguen jugando corriendo de un lado a otro.


Ha caído sobre el césped, esta tumbada boca arriba, mientras observa la cara de su sufrimiento, siente como la invaden, como penetra en su cuerpo, su niñez se le escapa de las manos, escucha como le jadea en su oído y una lágrima recorre su mejilla.


Un traspié, las botas negras de militar caen con dificultad sobre una azotea llena de piedras, no puede pararse, su presa esta dispuesta a atacar de nuevo.


La pequeña cae al suelo, su hermano mediano, la ha atrapado, el padre se levanta para ver si esta bien su hija. Se ríe, no hay maldad en los juegos de niños.


Le esta diciendo algo al oído, no lo escucha, ni siquiera lo ve. Sus ojos vidriosos miran al cielo, pide ayuda sin emitir sonido.

Se ha parado, siente que se ha parado. Esta escondido, no sabe que lo están siguiendo, sólo piensa en su necesidad de desahogarse, se excita al pensar en su victima, no sabe quien será, pero sólo el echo de saber que gritará le excita mucho más.

No esta lejos, la ciudad se lo pone fácil, los edificios están unos cerca de otros, fáciles de saltar, pequeños muros entre azoteas. Yamakasis, son los conocidos trepa muros, pero no le enseñó un Yamakasi, fue una mujer, una agente de la secreta, una mujer valiente. Muerta en combate, no, muerta por defender su honor, por demostrar que puede llegar más lejos que otros muchos.

Lo ha visto, esta refugiado en un portal, su pecho sube y baja con intensidad y rapidez, no es por correr, no esta cansado, esta excitado. Sus hormonas están hirviendo, necesita descargarse. No sabe quien es, pero no le importa, no existen diferencias, no hay ricos ni pobres, no hay listos ni tontos, sólo cobardes, que se recrean es sus actos de vejación y los reviven una y otra vez. Hasta que eso no les basta y salen en busca de otra victima.


No alcanza a sus hermanos, es la más pequeña, corren mucho. El mayor decide hacerse el desvalido para que lo alcance, ella se le echa encima. “Estas pillado”, se ríen, los padres sonríen al ver ese acto de gentileza por parte de su hijo mayor. Ahora le toca a él, pero su juego se interrumpe, es la hora de merendar, todo esta listo sobre la manta donde se hayan sus padres. Un pequeño descanso para reponer fuerzas. Un trozo de pan y cuatro onzas de chocolate, meriendan y hablan, les explican en que consistía su juego, la niña esta distraída, mientras disfruta del chocolate mira el césped y con sus diminutas manos lo toca suavemente.

Jadea más fuerte y rápido, esta llegando a su clímax, no importa quien hay debajo y si ya no siente. No sabe si es por el ambiente que todo esta en llamas o es que la han transportado al mismísimo infierno. Con sus manos toca el césped, ya no son tan pequeñas como antes, ya no es un juego, ya no es una niña


Un sonido de tacones, es tarde, todo esta en silencio y los pasos se escuchan con mayor claridad. Es hora de bajar, es hora de vérselas con su presa cara a cara, lo mejor de los depredadores es su sigilo, sus presas nunca saben cuando están cerca y menos cuando están distraídas. El ruido de los tacones cesa, ha cometido un error, se ha dejado ver de entre las sombras, su victima lo ha descubierto, unos pasos desconfiados para estar segura. Ahora o nunca, si se escapa tendrá que recrearse en sus recuerdos ya borrosos, no puede dejarla huir, ahora es el mejor momento esta confusa, no sabe que le espera, tiene miedo y la calle esta vacía, no debe dejarla gritar, en cuanto se vuelva correrá hacía ella. Primero le tapará la boca, la estrellará contra la pared, pero no muy fuerte, no quiere que caiga inconsciente, le gusta hablarles al oído, decirles lo que les va a hacer, le gusta que le oigan correrse de placer mientras ellas sufren, lloran y se avergüenzan de su desgracia.


Todo ha terminado, ¿cuánto ha pasado?, ¿segundos?, ¿minutos?, o años, ha tenido que ser mucho tiempo porque antes era una niña y ahora la sangre que se desprendía de su cuerpo daba a entender que era una mujer. Su mayor vergüenza le trajo su mayor alegría y su mayor alegría se convirtió en su mayor desgracia. “Todo ocurre en esta vida por algo”, le repetían una y otra vez sus protectoras, las representantes de la Virgen en la tierra, las que sufrían en silencio el castigo que la Biblia imponía a las mujeres, la ley divina que nunca las defendía, escrita por hombres, respetada por mujeres. Ese dolor, ese paso de niña a mujer, ese vacío dio lugar a un milagro, al único milagro que le fue concedido a toda mujer, pero su milagro fue un castigo, por qué una niña, por qué otra víctima en este mundo sin respeto, en este mundo que le había dado la espalda a ella.


Corría asustada, su cazador estaba cerca, los tacones le impedían ir más rápido, la alcanzaría, la atraparía, la violaría. Sí, ya podía sentirla, por más que corría más le apetecía dominarla, sólo unos metros, alargó la mano, antes de tocarla ya la estaba sintiendo, estaba excitado y su testosterona se encontraba al cien por cien. De las sombras apareció una silueta que de un saltó se colocó entre él y su víctima. Calló con una rodilla en el suelo, con la cabeza agachada. Víctima y violador se pararon, uno delante la otra detrás. ¿Quién osaba interrumpir sus deseos?. La víctima estaba más asustada, sus piernas no respondían, ¿quién era?, ¿un hombre?, estaba musculoso, pero, no, era una mujer, llevaba un top negro, en su espalda dos espadas se cruzaban, por los costados dos pistolas. Con la mirada sombría volvió la cabeza hacía la chica que estaba paralizada por el miedo, con los dientes apretados le dijo:”huye”. Obedeció, salió corriendo de lo que podía haber sido su pesadilla, huyó de sus noches en vela por miedo a cerrar los ojos y ver la cara de su atacante. El violador no podía dejarla huir, así que intentó por segunda vez, correr detrás de su víctima. Una pierna fuerte y ágil lo tiró al suelo. No le dolió el golpe, su cuerpo estaba cargado, no sentía, su excitación se había convertido en su mejor defensa. Se levantó para golpear a su atacante, era más rápida que él, paró su puñetazo y le soltó una patada en la cara. Sangraba, pero nadie podría arrebatarle su placer, nadie podía impedirle que volviese a por su víctima. Soltó otro puñetazo, con más rabia, le estaban entreteniendo. Volvió a esquivarlo, esta vez un puño le golpeó la cara, lo tiró al suelo de nuevo. No se levantaría, eran demasiadas oportunidades, sacó una jeringuilla de su cinturón y lo pincho, un pequeño pinchazo, indoloro, pero efectivo. Se estaba mareando, lo habían drogado, su cuerpo no respondía, sus piernas flojearon, ya no sentía placer, no sentía excitación, estaba temblando, tenía miedo. Era cierto, ella existía y él era su presa. Lo arrastró al portal en donde se había escondido, nadie la vería. No le gustaba lo que hacía, pero tenía que volver a hacerlo, era su guerra, ella imponía las leyes, ella imponía los castigos, era su justicia. Le bajó los pantalones, los calzoncillos, con cuidado le extirpo su cáncer a ese hombre, le arrancó su deseo de posesión ante cualquier mujer, le quitó sus testículos. Un corte perfecto de cirujano, unos puntos limpios, dentro de unos días la herida estaría cerrada y su apetito sexual estaría satisfecho.


No los guardaba porque no se sentía orgullosa, Para ella cada genital significaba una víctima, a veces dos e incluso algunos tenían una lista detallada de ellas. Los envolvió en papel, les echó gasolina y los quemó. El fuego llameaba en sus ojos, su ira crecía con las llamas, había ganado esta batalla, había salvado a esa chica. Seguía de pie mirando fijamente el fuego, sentía rabia, sus puños se cerraron con fuerzas, ¿Cuántas veces más tendría que hacerlo?, ¿Cuándo aprenderían?, cerró los ojos mientras negaba con la cabeza, no quería recordar, no quería volver a su pasado, pero todo le recordaba a su propio infierno, lo que podría haber sido la pesadilla de esa mujer fue la suya.


Respiraba con dificultad, había tenido que hacer un gran esfuerzo, pero, ya la tenía en sus brazos, era tan frágil, tan pequeña y débil. Lloraba de alegría y de tristeza. Una niña, como lo que ella fue.


Las otras niñas madres le enseñaron a cambiar los pañales, sus monjas la enseñaron a olvidar, a quererse, a querer a sus iguales y a respetarse. Las mujeres la enseñaron a no tener miedo, a luchar y defenderse. Y así el dolor convirtió a la niña en mujer, la ira, convirtió a la mujer en leyenda y la injusticia se convirtió en su propia guerra. No quería el poder, sólo pedía respeto, respeto para sus iguales, para sus compañeras de sufrimiento, para sus victimas, sus chicas.... las chicas de Mama Oso.




NO MAS GOLPES QUE APAGUEN LA VIDA DE AQUELLAS QUE JURARON AMOR A SU VERDUGO


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Siempre hay algo que decir, animate ;)